La respuesta es de auténtico sentido común: aquellos que, de forma progresiva y saludable, ayuden a alcanzar el objetivo.
Y partiendo de esa base, no estaría mal comenzar por el reconocimiento médico de un profesional. Pasada esa prueba, lo mejor es ponerse en manos de un entrenador, de un monitor, de algún profesional competente y que pueda orientarte en esos primeros pasos, alguien que probablemente desarrollaría un método similar al siguiente.
Un buen entrenamiento comienza con una materia prima en óptimas condiciones para ser trabajada, es decir, con un deportista que conoce sus limitaciones, su potencial y tiene claros sus objetivos. Un preparador físico, un entrenador o un monitor saben cómo ocuparse de esa etapa, cómo valorar la condición física de un deportista; su potencial genético -ese que viene de fábrica, nos guste o no- y sacarle partido; sus puntos débiles y fuertes; sus necesidades nutricionales en función del entrenamiento que vaya a realizar para lograr sus metas y su capacidad de resistencia para no morir en el intento ni abandonar por una mala gestión del entrenamiento.
Y, por supuesto, un deportista principiante, alguien que va a iniciarse en el entrenamiento deportivo, que está dispuesto a dar los pasos necesarios, entenderá, acatará y llevará a la práctica esas indicaciones.
Por más prisa que el inexperto deportista tenga en obtener los resultados deseados, esos que le han llevado a asumir una rutina de entrenamiento, se aplicará el cuento de que París no se construyó en un día o de que Roma bien vale una misa – o lo que haga falta- y seguirá, casi religiosamente, los pasos marcados por su entrenador.
Porque el objetivo es la meta principal, pero entre ella y la línea de partida hay una serie de metas que permitirán avanzar con mayor seguridad y motivación. Tener objetivos pequeños, a corto plazo, servirá de estímulo para los momentos de fatiga, de flojera o de fatalismo, esos de “ya no puedo más”, “no veo resultados” o incluso de los “quién me mandaría a mí meterme en esto”. En los momentos bajos, una pequeña meta reconforta y sube la autoestima, no despreciemos su potencial para seguir adelante.
Y así, paso a paso, casi sin darnos cuenta, ya estamos en la sala de entrenamiento, adelante.
Para empezar, un poco de calentamiento. Antes de zambullirse en el entrenamiento deportivo propiamente dicho, en la sucesión de rutinas diseñadas específicamente para que cada deportista alcance sus objetivos, hay que darle a los grupos musculares los cuidados necesarios para que respondan, al cien por cien, sin peligro de lesiones.
En esta fase, es especialmente importante escuchar a quién realmente conoce los pasos que se deben seguir en un entrenamiento deportivo, un profesional que sabe lo que se debe hacer y, por supuesto y no menos importante, lo que no se debe hacer.
Entre lo que sí se debe hacer, nos encontramos con las rutinas de entrenamiento, tan combinadas como personalizadas, que acaben conduciendo a la consecución de objetivos:
- El entrenamiento de la resistencia aeróbica y anaeróbica, con programas adaptados al nivel y características del deportista lo mismo que a los objetivos que se pretenden conseguir.
- El entrenamiento de la fuerza y la potencia, tomando en consideración los diferentes somatotipos, considerando los distintos tipos de carga y el grupo o los grupos musculares sobre el que se quiere trabajar.
- El entrenamiento de la amplitud de movimiento, enfocado a ganar mayor movilidad en el tren superior, el tronco o el tren inferior.
En el segundo grupo, el de las cosas que no se deben hacer, la palma se la lleva la extendida y fallida creencia de que entrenando con más peso, haciendo más repeticiones o sumando más jornadas de entrenamiento, se va a alcanzar antes el objetivo. Aunque tampoco se queda atrás eso de compararse con otros deportistas o imitar sus rutinas pensando que los resultados serán iguales.
Error absoluto en ambos casos. Llevando a cabo ese tipo de prácticas enfocadas a alcanzar algo antes de tiempo, antes de estar preparado, solo se conseguirá tirar la toalla por agotamiento, en el mejor de los casos, o un abandono por lesión, en el peor.
Y aún no dejamos el gimnasio. Tras el entrenamiento llega el descanso, la relajación, los estiramientos como prólogo de la calma, ese momento en el que se va devolviendo al cuerpo a su estado de reposo habitual.
Y después, volver a la actividad cotidiana que, desde que se comenzó el entrenamiento deportivo, también ha cambiado, también aquí se van dando pasos porque cuando una persona se inicia en el deporte con objetivos claros, el deporte se convierte en algo muy distinto de un complemento, pasa a ser transversal, como un estilo de vida, una forma de estar en el mundo, más y mejor conectado con uno mismo y con el entorno que lo rodea.